20.11.09

Botas

Prácticamente estoy atónita, impresionada, sin habla… En fin, estoy sorprendida. Nunca, pero nunca me ha pasado esto, y realmente estoy conmovida con lo que pasé esta tarde de jueves de abril.
Como cualquier otra mañana de semana, mamá me llevó a la escuela. Me encontré con mis amigas y tuvimos las materias correctas y las clases circularon normalmente. Lo sorprendente fue lo que pasó a la salida del colegio…
Luego del timbre final, la escuela se convierte en un espectáculo fantasma. Con la rapidez que salen los estudiantes, las aulas se vacían en cuestión de segundos. Ya que yo tengo la buena suerte de que mi madre me pase a buscar, desgraciadamente, diez minutos más tarde, me tomo mi tiempo para guardar mis útiles y asegurarme de que no me olvide de nada. El problema es que mis amigas, luego de un frío chocar de mejillas y de un “Nos vemos mañana”, desaparecen, como los demás. Y allí me encuentro totalmente desprotegida, salvo por las porteras y algún que otro profesor… En fin, ni en las escaleras de afuera queda al menos un estudiante. Simplemente me encuentro sola. Pero lo de hoy realmente me dejó boquiabierta.
Casualmente iba bajando las escaleras casi trotando por mi inminente y repentina felicidad de las últimas semanas (y aún sin pesadillas de martes), e inesperadamente se me cae el libro de Química en la mitad. Bufé. Al darme vuelta mirando al escalón para recoger el libro, me encuentro con unas relucientes, limpias e impresionantes botas de cuero marrón. Pies grandes, pero delicados, según lo que aparentaba el calzado. En fin, sólo dos botas y ningún rastro de libro de Química caído. Mi mente hizo un flashback y recordó: “Sólo hay cierto grupo de estudiantes que usan botas…”.
Abrí mis ojos como platos. El supuesto licántropo se encontraba a centímetros de mí. Junté coraje y fui levantando la vista poco a poco. Recorrí su pantalón de jean azul que remarcaban sus largas y musculosas piernas. Esquivé la zona baja del abdomen y me encontré con la remera del colegio que dejaba ver el contorno de sus marcados pectorales. Y entonces, me encontré con su cuello y más tarde con su mandíbula.
- Ya está – me dijo con una voz fuerte y segura, pero suave. La reconocí de repente. Sí, era del grupo de los licántropos. Me di cuenta de que había tardado como cinco minutos en levantar la mirada completamente hasta encontrarme con su perfecto rostro.
Los licántropos son conocidos por ser atractivos, verdaderamente atractivos. Pero sólo para que las víctimas se acerquen a ellos, más que nada.
La sonrisa de éste era grande y dulce. Curvaba sus labios gruesos dejando ver unos relucientes, blancos y afinados dientes. La nariz era técnicamente divina. Y su mirada asesina. Ojos oscuros, delatores, amenazadores. Pero estos ojos escondían algo más. Esta mirada era… amable.
- ¿Lo vas a agarrar o qué? – me insistió. De repente, sentí que chocaba delicadamente mi libro contra mi estómago. Me percaté de que estaba boquiabierta. Bajé un escalón abajo.
Mi cerebro comenzó a recapacitar. Desvié la vista de aquellos ojos y la dirigí un poco más a su costado. Mis manos ligeramente se alzaron y tomaron el libro. Debía reaccionar, ahora.
- Gracias – dije, y la voz se me cortó en la última sílaba.
Me percaté de que él sonrió complacido, porque se le arrugaron las relucientes mejillas.
- ¿Todo bien? – me preguntó. Su voz era sincera, ¿o no? En sí, me pareció que intentaba ser amigable.
- Eso creo – en cierto modo, le dije la verdad. Me sentía amenazada por su inesperada cercanía, pero en otro, su presencia me inspiraba alivio, tranquilidad.
Bajé otro escalón volteándome a la calle, sin antes dirigirle una sonrisa falsa pero bien disimulada (dicen que soy la mejor mentirosa de mi familia), siempre y cuando sin mirarlo a los ojos.
- Soy Dante, por cierto – sentí su voz en mis oídos, pero su perfume estaba más lejos.
- Giselle – le respondí, volviéndome a él, y volví a encontrarme con su mirada. Ahora más amigable que nunca, y debajo, su sonrisa tan delatadora.
Sentí sus pasos alejarse cada vez más de mí, pero en vez de bajar por las escaleras, simplemente se fueron a un lado. No le di importancia hacia dónde se había ido. Lo anterior era más sorprendente. ¿Qué había acabado de pasar? Mi mente reprodujo algunas imágenes más y pude apreciar con otros sentidos además de la vista ese encuentro con… Dante.
Su voz era tan dulce, tan tierna y aterciopelada, pero segura, fuerte e incomparable con la de los demás estúpidos compañeros de la escuela humanos. Como una melodía que hacía encantar a mis oídos. Y su perfume… No exactamente una colonia importada y cara, sino más bien su olor corporal. Un aroma tan varonil, suave y tibio, pero no molesto o asqueroso. En sí, una mezcla de conmociones que hacían deleitar a mis sentidos…
Obviamente estas raras alucinaciones se esfumaron en cuanto divisé la camioneta negra de mi madre deslizarse por las calles de tierra. En cuanto paró, me subí con cuidado ya que me encontraba algo torpe…
- ¿Estás bien? – me preguntó Anisa, de repente, algo preocupada.
- Sí – le respondí apresuradamente. De hecho, me sentía más que bien.

Me obsesioné con canciones viejas de Chayanne. Bastante sentimental. :D
No puedo creer que ya terminamos la penúltima semana de clases. De hecho, no pudo haber pasado tan rápido...
Me voy a dormir. Si me dan ganas, antes de las 12 por ahí posteo otro capítulo. Mientras tanto, disfruten éste primero que es uno de los más importantes. Baaai (:

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