17.11.09

El lobizón

En este momento estoy en mi habitación. Son las 7.40 de la mañana y recién terminé de desayunar. Dentro de unos cinco minutos estaré camino a la escuela.
Pero tengo una muy buena razón para escribir a esta hora.
El domingo prosiguió tranquilo para mí. Finalizar tareas, jugar con Liam, bañarme, comer. Cosas típicas. En mi casa tenemos la regla de cenar antes de las 10 de la noche y yo y Liam debemos estar en la cama antes de las 11 sin excusa importante. Tenemos un régimen bastante disciplinario, pero nos va bien.
Como cualquier otra noche, con mis pijamas a cuadros, me metí dentro de las sábanas, apagué la luz del velador, apoyé la cabeza en la almohada (con los auriculares puestos), encendí el MP3 y me sumergí en el sueño junto a algunas baladas de Ricky Martin. Creería que eran las 11.15 cuando apagué el MP3 y cerré mis ojos. Todo bien hasta ahí, pero se complicó cuando la tenue luz de la pared se apagó (¿recuerdan que le temo a la oscuridad?). El pánico me absorbió. Estaba a espaldas de las ventanas. Pensé que se habían gastado las pilas, tal vez, así que cerré los ojos en busca del sueño. Nuevamente no lo conseguí…
El ruido que la cerámica de las masetas de mi madre hizo al caerse me hizo saltar de la cama. Era en el jardín de enfrente. Rogué que sólo fuera un gato, una comadreja, cualquier cosa menos que un perro o… ésos. Casi temblando, alumbrando mi camino a las ventanas con el celular, me dirigí en busca de la razón de ese estruendo. Corrí las cortinas lentamente y bajé la mirada. Busqué en el centro: nadie. A la derecha: absolutamente nada. A la izquierda: algo. Algo se movía entre los arbustos de mamá. Era mediano, no tan grande, y hacia un ruido horrible. Estaba segurísima de lo que era.
El lobo se soltó de las ramas que lo apresaron en cuanto me escuchó abrir las ventanas. Me encontró con la mirada. Nuevamente vi esos ojos amarillentos brillando en la oscuridad como dos luceros. El terror se apoderó de mí y me dejó petrificada en el balcón. Mi mente se secó completamente. Nada pasaba por mi cabeza. Solamente pensaba en el lobizón que me observaba diez metros debajo de mí. Era más marrón que amarillo y, efectivamente, de tamaño mediano. Comparándolo con el que me crucé de niña, este debía ser un niño o un adolescente. Demasiado pequeño para ser un adulto. Mi corazón palpitaba lentamente. E, increíblemente, me sentí aliviada, tranquila, segura. Estaba segura de que ese lobo no llegaría a saltar sobre mí como lo hizo otro una década atrás. Pero lo que me sorprendió más fue lo que hizo a continuación.
El lobizón volvió a esconderse por los arbustos. Me convencí de que se había ido, pero mi corazón me recriminaba que permanezca allí, en el balcón. Luego de algunos tumultos, algo salió de los arbustos. No era el lobo. Era un humano. Un joven. Sólo llevaba unos pantalones viejos, rotos y sucios, de un color oscuro. Las demás partes de su cuerpo resplandecían bajo la luz de la luna por el brillo de su piel. Tenía pectorales bien marcados, abdominales perfectos, bíceps modelados. Era físicamente perfecto. Dejé de mirar su cuerpo para darle un buen atributo a su rostro.
- ¡Giselle! ¡Ya son más de las siete y cuarto! – me gritó mi madre desde el umbral de la puerta.

Algún día blogspot sentirá lástima de mí y me dará la oportunidad de cambiar la ch*tada de letra. :D

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Deadly shoot