22.11.09

La hija del intendente

Se nota que para predicciones no estoy. A diferencia de lo que pensaba, la fiesta estuvo llena de emociones. Por suerte, me percaté de contarlo todo con detalles.
Llegamos las cuatro en el auto de Laura a la hora exacta. Para ese entonces sólo estaban el anfitrión (Germán), dos de sus amigos y otros cinco chicos. Nosotras éramos las únicas mujeres, por lo que nos escoltaron hasta el patio trasero de la quinta de Germán. La casa sólo es una pequeña edificación comparado con lo que se diría “afuera”. No sé exactamente cuántos metros cuadrados, pero que es verdaderamente grande, lo aseguro, y corre desde el borde del camino hasta las orillas del río Colastiné. A los costados, todo tipo de flores embellecen el paisaje. Es raro que crezcan tantas rosas en otoño, pero el frío ya se está viniendo. Mirabas al cielo y te encontrabas con unas lámparas anaranjadas, azules, rojas… Claro está, junto a la casa se encontraba una extensa mesa llena de comidas y bebidas. Lo que más me extrañó fue que no hubieran sillas para sentarse. Bueno, lugar para sentarse había, pero eran de esos sillones de metal que se ponen al aire libre. Y yo los odio.
Al cabo de unos diez minutos, el lugar estaba llenísimo. Reconocí a varios de los alumnos, la minoría, compañeros de curso. Lo más extraño fue que los del grupo de los licántropos (que se elevaron a 16) llegaron como a la medianoche. Apenas aparecieron, cientos de cabezas miraron el firmamento, buscando una luna, milagrosamente, en cuarto creciente.
La música pasaba desapercibida para mis oídos. Bailé un rato con las chicas en grupo. Luego, sacaron a bailar a Julieta y se perdió por ahí. Juliana invitó un chico a tomar un trago y desaparecieron. Y más tarde, Yamila me pidió para ir al baño. Cuando salimos, uno de sus pretendientes la tomó por la cintura sin retorno. Me divertí investigando a los adolescentes. Parecían animales. Las chicas, en celo. Los varones, excitados, extasiados. Algunas se hacían las histéricas y rechazaban todas las invitaciones, pero cuando llegaba el chico, nada importaba. Otras, más regaladas, bailaban entre medio de dos varones, y se parecían más a bailarinas de cabaret que otra cosa. Por otro lado estaban los ganadores, junto a la mesa de comida, esperando que una fiera se abalance sobre ellos, ya que son demasiado deseables como para salir a seducir.
De repente, me encontré sola, apoyada contra la pared. Tal y como una antisocial y/o aguafiestas. Me sentí avergonzada y decidí ir a la cocina, con la excusa de buscar un vaso de agua (lo que más faltaba en la mesa de comida era una buena botella de agua mineral).
Crucé la puerta y me encontré, de improviso, saliendo de la oscuridad, con un brazo grueso y fuerte que se me clavó por debajo de las costillas hasta casi dejarme sin respiración.
- Perdón – dijo una voz, pero su tono era de risa. La reconocí al instante en que su cabello alborotado se acercó a la luz.
- ¿Dante? –
- Buenas noches – saludó cordialmente, mientras esbozaba una sonrisa maliciosa. – De verdad creí que no ibas a venir –
- ¿Por qué? – me extrañó su comentario, aunque no bastante. Retomé mi camino a la cocina y él me siguió.
- Bueno, todos te catalogan como “la chica diez”, que nunca rompe reglas –
- Parece como si estuviste investigando sobre mí –
- Giselle, sos la hija del intendente… -
Me había ilusionado con que él hubiera estado averiguando sobre mi vida, pero era muy increíble.
Llegamos a la cocina. Busqué en las alacenas el lugar de los vasos. La mano de Dante se me interpuso en el camino. Doce vasos de plástico apoyados contra la pared, sobre la mesada de la cocina. “¡Qué tonta!” Pensé. Lo miré enfurecida y tomé uno agresivamente que casi tiré al suelo… Me sonrojé y él hecho a reír. De la nada, sentí su suave –y fría- mano sobre la mía, arrebatándome el vaso delicadamente, pero con rapidez. Abrió la puerta de la heladera y sacó una botella de agua.
- Decime hasta dónde – me ordenó mientras volcaba un chorro dentro del vaso. Me vi obligada a acercarme para ver.
- Listo – le dije cuando estaba por la mitad. Cerró la botella y la metió de nuevo en la heladera.
Tomé el vaso y de un sorbo me terminé el agua. No me había percatado de la sed que tenía hasta que comprendí la cara de sorpresa de Dante a mi lado.
- Estás un poco acalorada, ¿no? – me dijo sonriendo.
Dejé el vaso a un lado y nos encaminamos al patio.
- ¿Cuántos años tenés, Giselle? – me preguntó.
-¿Y vos? – le sonreí de costado. Me miró enojado mientras caminábamos. – Cumplo 15 en junio –
- ¿Hacés fiesta? – sonó más a una afirmación que a una pregunta. Estaba exaltado.
- No. ¿Por qué? ¿Pensás que te invitaría? –
- Por favor… Eso es obvio – y señaló su rostro perfecto, como si esa fuera una razón para invitarlo a mi fiesta de 15, y lo era. - ¿Y qué hacés? ¿Viaje? –
- No está entre tus asuntos… - le mentí. - ¿Cuántos años dijiste que tenías?
- ¿Tan viejo me ves? – me percaté de que llegamos afuera cuando vi la muchedumbre que bailaba. – Cumplo 16 el 1º de julio –
- Por un día no te meten con los de 4º -
- Sí… Eso creo – los apoyamos contra una de las paredes. Resultaba agradable hablar con él.
Luego de unos treinta minutos comentando sobre la escuela, empezó a sonar una canción de rock nacional, que se suponía que era bailable. Esbozó una enorme sonrisa maliciosa.
- Estás obligada a bailar conmigo – me dijo, mientras tomaba mi mano derecha con elegancia. Empezó a caminar a una pista ya algo vacía, pero clavé (no literalmente) mis pies en el piso. - ¿Qué pasa?
- Ni loca voy a bailar –
- ¿Te da vergüenza? –
- No –
- ¿No sabés? –
- ¡Sí! – afirmé rotundamente. – Pero no quiero bailar –
- ¿Por qué? – me miró con lástima.
- No es una capacidad que esté entre mis mejores –
- Ya veo… Vení igual – y me tironeó de tal manera que choqué contra su torso, revestido en una camiseta negra de polo. Me alejé y me solté de su mano, no sé si avergonzada o qué, pero precipitadamente.
Igual, Dante me empujó a rastas a la pista y empezó a mover sus pies de tal manera que se me hicieron rapidísimos. Yo, parada, lo miraba boquiabierta. Bailaba excelentemente un ritmo que seguro no se escuchó cuando nací. De la nada, me tomó una mano y empezó a tirarme de aquí para allá. Yo sólo reía. Aún no me había percatado de algunas cuantas miradas clavadas en mi espalda. Siguiéndole el ritmo a mi acompañante, empecé a mover los pies brutalmente, intentando seguirle el paso. En un segundo, me encontré cordialmente bailando junto a un agradable licántropo llamado Dante…
De improviso, Dante dejó de moverse. Simplemente se puso de pie, inmóvil, y le seguí.
- ¿Pasa algo? – le pregunté. Tenía la mirada perdida, por detrás de mi espalda, estaba pálido y parecía no estar respirando. En sus ojos hallé un reflejo. Intensifiqué mi mirada hacia ellos y descubrí una figura…
- Perdón – me dijo, volviendo a mirarme, con una sonrisa falsamente amable. – Tengo que irme –
- Bueno – le respondí, algo triste. Era la primera vez que me convencía que su partida me ponía melancólica.
- Nos vemos pronto – dijo, y se fue, por detrás. No me atreví a darme la vuelta.
De pronto sentí decenas de miradas clavadas en mí. Sentí un frío en mis mejillas. Pensé que era por haber dejado de estar en movimiento, pero cuando una ráfaga de viento golpeó las lámparas del cielo me convencí que el clima había cambiado. Estaba inmóvil, en medio de la pista. Crucé mis brazos por el pecho y bajé la mirada.
- Vamos – la voz de Yamila era evidente. Me tomó por la espalda y me condujo adentro de la casa.
Fuimos al baño. Cerró la puerta con llave y me sentó en el retrete con la tapa cerrada. Mojó una toalla y me la entregó. Sin haberme pasado la toalla por el rostro, sentí las mejillas húmedas. Cuando Yamila se volteó para la pileta, me pase una mano por la cara. Una lágrima.
Mi tristeza se había materializado en un llanto.
Disimulé un poco y me seguí pasando la toalla mojada.
- ¿Cómo estás ahora? – me preguntó mi amiga, con cara preocupada.
- Algo mejor – le mentí. Estaba confundida…
- Nos vamos, ¿sí? – me dijo, acercándose a mí.
- ¿Ya? Pero si ustedes se están divirtiendo tanto… - y era verdad. Cuando con Dante bailábamos, las veía a las tres también bailando emocionadamente.
- Sí, pero es muy tarde. Mi hermana llamó que más tarde no nos va a venir a buscar – pude ver en su cara la mentira que había dicho. Por más que se esfuerce, Yamila no mentía tan bien como lo hacía yo.
- ¿Seguro estás bien? – nuevamente me preguntó, cuando abría la puerta para salir.
- Obvio – le mentí de nuevo.
Mientras mis compañeras se gritaban relatando cómo se habían divertido arriba del auto, yo me tuve que tragar unas cuantas lágrimas, sumando un nudo en la garganta que me impidió hablar.

Capítulo muy largo para agregarle otro al día... De hecho, creo que es el que más diálogos tiene. En fin, como que ahora se vienen un par de capítulos emo, así como el del miedo. Es que a veces el aburrimiento de las vacaciones porcinosas te hace delirar con tu lado más gótico. *_* Pero prometo que después llegan capítulos más lindos. Me voy a ordenar la cueva de lobos a la que llamo "mi dormitorio".
Chausín ♥

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Deadly shoot