23.11.09

La peor mañana de mi vida

¿Qué se puede esperar del destino? Nada o… todo.
El lunes a la mañana estaba un poco más animada. Seguramente iba a volver a ver a Dante, y me alegra tan sólo pensarlo. Estuve de un humor un poco más bueno que este fin de semana, cosa que extrañó a mamá, pero le hizo caso.
Todas mis esperanzas se desplomaron por el suelo al entrar al aula. Murmullos, muchos murmullos. Y risas. Y dedos apuntándome. Y miradas burlonas, malvadas, engreídas. Y, lo peor, dos bancos vacíos. Uno al final y el otro, a mi lado.
Dante no estaba. Reconocí a cada uno de sus compañeros pero a él, no. Estaba a punto de echarme a llorar en cuanto vi la ausencia repentina de Yamila. ¿Qué haría ahora? Me senté, tropezando. Estaba distraída, dolida, increíblemente incómoda. Las horas se me pasaban como una eternidad. De a poco derramaba una lágrima, pero me contenía el llanto en la garganta. Al llegar la hora del recreo, me volteé. Julieta y Juliana murmuraban y en cuanto me vieron, se echaron a reír disimuladamente. No podía confiar en ellas. Entonces hice lo que cualquier otra chica hubiera hecho en esa situación. Tomé mi paquete de pañuelos descartables y troté al baño. Me encerré en uno de los cúbicos, asegurándome de que no hubiera nadie allí dentro, y me eché a llorar. Cuando sentí que ya estaba lista y estaba a punto de abrir la puerta, sentí pasos y risas entrando.
- ¡No sabés de lo que te perdiste de la fiesta del jueves! – dijo una voz chillona. La reconocí como una de las más populares de mi grado, pero era de otra división.
- ¡¿Qué?! – respondió la otra, a la que no reconocí.
- Lo más gracioso fue ver a la hija del intendente bailando con Dante Matinalli. ¡Parecía un gallo pisando uvas! – y se echaron a reír desconsoladamente. En cambio, a mí, me llegó otro llanto. – Y después la dejó plantada, completamente sola. Hizo bien, sino, lo sacrificaban como hicieron con el lobo que casi la mata… Yo diría que ese lobo falló – y nuevamente rieron. Nunca en mi vida había escuchado esas palabras. Sabía que las decían, pero nunca las oí.
Cuando las risas se calmaron y los pasos se extinguieron fuera del baño, me largué a llorar. Sentí como si un tren me aplastara, o como si me hubieran tirado a la pileta en pleno invierno. Fue algo demasiado doloroso…
El timbre tocó y me obligué, como buena estudiante, a volver al aula. Me lavé la cara y tiré el paquete vacío de pañuelitos. Me peiné un poco, respiré profundo y salí al patio. Como siempre, un 50% de los alumnos seguían afuera hasta que el profesor llegase. Como nunca, ese 50% de alumnos me miraba burlándose, riéndose, ridiculizándome. Con la frente en alto entré a mi salón y sin mirar a nadie me senté en mi banco. Para distraerme abrí la carpeta de Matemáticas y comencé a terminar la tarea para el martes. Durante las siguientes horas sólo me concentré en el profesor y los respectivos temas que explicaban.
Cuando se hizo la hora de ir, me dolió no conversar con Dante como la semana pasada. Estaba demasiado sola, y encima Anisa no aparecía. Fue la espera más larga, y tenía las lágrimas apunto de explotar. Enojada, triste y molesta conmigo misma o con cualquier cosa, tomé mis cosas y me encaminé a casa bajo el sol matador de Villa California. No eran tantas cuadras y además no hacía tanto calor.
La caminata me tranquilizó. A medida que el camino se hacía más corto y el sudor de mi cuerpo aumentaba, lo que estaba apunto de explotar se calmó. No sé cómo ni porqué, pero el sólo estar en movimiento, enfocando mi mente en mover los pies hacia adelante, me distrajo de lo que había sucedido esa mañana y finalmente pude respirar y no hiperventilar. A llegar a casa, César estaba al teléfono, intentando tranquilizar a Anisa.
- Tranquila, que ya llegó – le dijo, y luego cortó. - ¿Se puede saber en dónde carajo estabas? – me dijo enojado.
- ¡Ay, papá! – me largué a él echando los útiles al piso. Lo abracé como nunca y me eché a llorar… Al parecer, le di lástima y me abrazó también.
- ¿Qué pasó, princesa? – me dijo, ahora más tranquilo.
- La peor mañana de mi vida – le respondí. Nos sentamos en el sillón del living.
Le conté toda la verdad, absolutamente todo. Desde ese jueves en que Dante me habló por primera vez hasta la caminata de ese mediodía, obviamente exceptuando estos sentimientos extraños que le tenía.
La cara de César iba de enojada, a triste, a sorprendida. De a ratos yo lloraba y él me contenía. Le conté todo, y cuando él iba a hablarme, llegó Anisa.
- No le digas nada, por favor – le dije. Sé muy bien cómo se pondría mamá. Me asintió, él también quería evitar a un volcán humano en erupción.
- ¡Jovencita! – me gritó en cuanto me vio. - ¡No sabés lo que me hiciste pasar allá esperándote! ¡Estás castigada por dos semanas, sin computadora ni televisión! –
No sé porqué, pero creo que me sentí bien cuando me castigó. Al menos tendría una excusa para encerrarme en el mundo de la escuela, sin pensar en mis amistades.
Estaba subiendo el primer escalón cuando papá me chistó.
- Este… No quiero que te veas más con este chico ni le hablas. ¿Ok? – levantó un dedo en señal de poder.
- Sí, papá. Gracias – le dije. Ahora me sentía mejor.

Es muuuy dramático este capítulo, pero andaba bajoneada ese día. :/
Ahora sí, me retiro a take a nap before taking the bus to go to the English institute. :?
Love cha ♥

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Deadly shoot