10.12.09

Nunca jamás


- Supe que el lunes fue tu cumpleaños – comenzó. Estaba cabizbajo, y a juzgar por el colorado reciente de sus orejas, sonrojado. Todo me lo dijo con un hilo de voz.

- Así fue – le contesté, ignorando su sorprendente amabilidad.

- Me tomé el placer de comprarte algo – me dijo, y a continuación dejó una cajita forrada con papel plateado y un moño rojo al frente de mi banco. Ni me molesté en mirarlo.

- ¿Por qué, Dante? – le pregunté, girándome a él, con una expresión –espero- de aborrecimiento en el rostro. – De la nada me dejás de hablar, sabiendo que no estoy en una situación muy fácil de llevar, y ahora te venís con un regalo y todo. ¿Me estás tomando el pelo o qué? – su rostro se volvió pálido, sentado a mi lado.

- ¡No! – exclamó, conmocionado y confundido. Recuperó su color normal de piel. – Es nomás que…

- ¿Qué? ¿Sos bipolar? ¿Tenés un trastorno de personalidad múltiple? – le interrumpí, furiosa. No quise levantar la voz para que ninguna de las miradas curiosas se posen en nosotros, pero no sirvió de nada. Ya había unos cuantos ojos fijados en nosotros.

- Soy algo más complicado de lo que aparento, Giselle – cerró los ojos, para calmarse. Luego siguió con voz prudente y cauta, y para mi sorpresa, absolutamente sincera. – Nunca intenté, ni siquiera tuve la voluntad, de alejarme de vos. Nunca lo deseé así. Jamás. – ahora yo era la sorprendida. Me dejó boquiabierta. No había duda. Sus ojos oscuros demostraban que lo que salía de su boca era pura verdad. Volteé a la mesa, intentando ordenar mis pensamientos.

- ¿Y entonces porqué mierda lo hiciste? Ya me estoy cansando de este juego, Dante – mi voz me salió más insegura de lo que quise, entrecortada.

- Ya te lo dije. Detrás de esto – se señaló a sí mismo con la mano. A él y toda su hermosura. – mi vida es mucho más problemática de lo que creés que es. –

Hice una pausa antes de responderle. Estaba intentando descifrar si la humedad repentina de mis ojos era provocada por la rabia. Solía llorar cuando me enojaba mucho, pero nunca me enojaba así. Cuando me sentí calmada, proseguí.

- Entonces ¿por qué no me lo advertiste antes? Me hubiese ahorrado todas las dudas y las noches sin dormir – me sorprendí de la honestidad de mis palabras. Era, obviamente, producto de la erupción de sentimientos que se estaba dando a cabo. Sonó el timbre que indicaba el final del recreo.

- Creéme que yo no quería esto – me puso una mano amigable en el hombro. Su piel ardía, aunque entre ella y la mía estaba la tela gruesa de mi chomba y la lana del pulóver. - ¿O te parece que disfruto de todo este lío? – escuché en su voz una sonrisa bromista, pero sarcástica. Cuando sentí los ojos secos, levanté la mirada. Efectivamente, tenía las comisuras de sus labios ondeando una sonrisa. Lo contemplé con lentitud, guardándola en mi memoria.

Y en ese instante la Profesora de Literatura apareció, pidiendo orden. Dante me soltó y se levantó, sin dejar de mirarme. Debo admitir que tampoco le saqué los ojos de encima hasta que se hizo demasiado obvio, y raro. Cuando volví a la realidad, me di cuenta de que el regalo aún seguía allí. Era cuadrado, mediano y alto. Me sorprendí de la curiosidad que me embargó, luego del ataque de sentimientos. Lo tomé (era liviano) y lo guardé debajo del banco, ya que la clase había comenzado. Mientras la profesora explicaba la relación entre el clima y el estado sentimental del personaje en una historia, me permití echar una miradita sobre el hombro al banco de atrás. Divisé un Dante serio, pero no estaba enojado, ni arrogante. Era una seriedad agradable, buena.

Al fin terminada la hora y la profesora ya retirada del aula, saqué rápidamente la cajita y la posé delante de mí. Tenía buena pinta. Estaba envuelta muy delicadamente, pero no parecía envuelta en el mismo negocio de donde se compró el regalo. Esta envoltura era original, casera, de mucho trabajo y elegante, con el pequeño toque del moñito rojo. Me dio pena el romperlo, por lo que decididamente la metí cuidadosamente en mi bolso. Cuando nadie me viera (nadie menos Dante, por supuesto), tal vez me tomaría el tiempo de abrirla. Me volteé de nuevo sobre el hombro. Me observaba sonriendo, aunque esa sonrisa no llegó a sus ojos. Le devolví una mirada linda.

Las horas se pasaron rapidísimo teniendo tanta expectativa por el timbre final. Sabía que nuestra conversación no se había finalizado, y que él seguramente planeaba encontrarme al salir de clases. En una parte de mi corazón, y para mi vergüenza una gran parte, se alegró de ello.

- No es la clase de regalo que recibe una quinceañera, pero estoy seguro de que te va a gustar – me dijo, de pie junto a mí. El aula estaba vacía, y como siempre, yo guardaba mis cosas.

- No quiero enojarme de nuevo con vos, – comencé, mientras cruzábamos el umbral de la puerta. – pero me gustaría saber el motivo de porqué tanto problema con tu vida – caminábamos lado a lado, y de vez en cuando nuestros hombros se chocaban.

- Te prometo que algún día lo vas a saber – me dijo. Miraba al frente, como para que no le leyera la verdad en sus ojos, pero algo en su rostro me dijo que no mentía.

Cruzando las puertas de salida, sentí el calor de su piel en la palma de mi mano. No estaba segura de que estaba soñando despierta, por lo que bajé la mirada. Como pensaba, sus dedos largos cruzaban con los míos. Su pulgar comenzó a dibujarme algo en la palma de mi mano, jugueteando. Me ardió la piel. Se percató de que estaba admirando esa escena tan especial, por lo que levantó ambas manos entrelazadas y, ya en las escaleras, se posó frente mío.

- ¿Sabés qué significan las manos entrelazadas, Giselle? – me preguntó, con un tono irónico en su voz y la mirada infantil. Negué con la cabeza, aturdida por la expresión absurdamente atractiva de su rostro. Lanzó una risa breve pero divertida. – Yo tampoco, pero creo que es un gesto de unión, cercano, íntimo – se tornó serio, o al menos eso intentaba. Ladeó la cabeza, indagando algo. - ¿Te molesta que lo haga?

- No, para nada – de nuevo, se me escapó la verdad de los labios. Entonces bajó ambas manos y las escondió, como para que no hubiera testigos. Bajó la cabeza un poco, tomó aire y me volvió a mirar. Noté algo de nerviosismo en sus ojos.

- En serio que me importás más de lo que te imaginás, Giselle – me lo comí con los ojos. Su expresión parecía la de un nene de 5 años pidiéndole noviazgo a su compañerita de jardín. – Y me parece que más de lo que yo me imagino.

- Bueno, eso es algo que podría discutirse – le respondí. Me preocupaba por la tristeza repentina de su cara. Las palabras me salieron disparadas del corazón. – Quizás vos también me importás más de lo creo – sonrió, contento. Yo también.

Nos contemplamos el uno al otro, en completo silencio. Ni siquiera nos percatábamos del incansable canto de las aves en los árboles. Había algo en su mirada. Algo tan inquietante, pero del lado bueno. Entonces, de la nada, se acercó más y posó sus labios en mis mejillas. El roce fue breve, pero ardió tanto como las manos entrelazadas. Nos soltamos, con bastante lástima de mi parte, y se alejó sonriéndome por el camino. Suspiré. No creía que eso era verdad. De inmediato, el auto de Anisa estaba a mi lado.

Wow, nunca creí que me iba a agradar tanto un jueves.


Este, tengo que confesar, es uno de mis capítulos favoritos maaaal. Agradéscanle a Chayanne y a mi banda secreta por tanta linda inspiración (:
Duerman lindo (o mejor dicho, tengan un lindo día porque este no es horario para estar en la compu como yo
*_*)

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