11.1.10

Electricidad

Los siguientes días fueron demasiado mágicos para plasmarlos en un papel. Además, mi mente sólo actuaba por obligación y estaba invadida por algo más poderoso que una simple rutina.
El jueves, debo admitir, fue un día particular comparándolo con los anteriores.
En las escaleras, a la salida, me tomó por la cintura luego de hablar unos minutos de algo sin importancia y me apretó contra él con un brazo (en el otro llevaba los libros) y me besó en la frente. Las mariposas me lastimaron las paredes del estómago proporcionándome una fea sensación de náuseas. Durante el momento en que tuve su cuello así de cerca inspiré en silencio, memorizándome su olor. ¡Mierda! Definitivamente no había planta aromática ni orina de algún animal que se resultara en tan increíble aroma. Era obvio que ni la más exquisita marca de perfumes pudiera crear algo tan… imposible. Tan fresco, pero cálido, y viril. Su mano ardiente en mi mejilla me distrajo de mis pensamientos y me encontré boquiabierta y con los ojos cerrados.
- Algún día tendrías que decirle a tu mamá que ya estás bastante grandecita para volverte sola a casa – exclamó mientras tomaba distancia entre los dos y me soltaba de su abrazo. Me dirigió otra mirada juguetona mientras se perdía por entre los árboles.
No comprendí el significado de sus palabras hasta que Anisa se apareció con el auto a toda marcha.
Tenía razón. Por primera vez en la vida no se me antojaba un viaje cómodo y con calefacción, no comparándolo con su presencia.

El viernes, sin palabras. Todavía puedo oír el suave arrullo del río cuando me llevó de nuevo a su playa esa tarde. Habíamos ido más temprano por convicción y llegaría con tiempo a casa, pero definitivamente lo que menos me importó en ese momento era volver temprano.
En resumen, Dante me contó bastantes cosas, pero ninguna que violara las leyes del pueblo. Se mantuvo muy claro cuando pregunté por ciertas cuestiones. “Pronto tu papá te las va a contestar,” me dijo, y en serio que no entendí.
No me causó ninguna sensación de temor, sorpresa o hasta inquietud cuando me reveló que había nacido, en realidad, en 1833, al norte de Francia, aunque no me permitió preguntar por su familia. En cuanto a su edad, simplemente traté de no darle importancia al número, ni reflejármelo en la mente, y él prefirió no darle más vueltas al asunto en cuanto se percató de que no me importaba.
- ¿En serio no te doy miedo? – me preguntó. Habíamos pasado como dos horas allí y el sol brillaba, aunque amenazaba por desaparecer por el oeste. Nos sentábamos sobre un tronco caído a la orilla, dejando rozar suavemente las puntas de nuestros zapatos con el agua.
- ¿Por qué? O sea, lo que a mí me da miedo es un simple lobo, no un chico como vos que se convierta en lobo. ¿Me hago entender? – quería dejárselo en claro. Mientras no se transformara o lo que haga frente a mí, todo iba a ir bien.
- Simple lobo – repitió. – Preferiría el término “bestia”.
- ¿Qué hay de malo? – y aferré más su mano a la mía (era poco el tiempo en el que nuestras manos no estaban juntas y entrelazadas, mientras estuviéramos solos, claro).
- No te preocupes, que nunca… podría transformarme en frente tuyo – me ignoró. Mirándolo a sus ojos, supe que decía la verdad. – Es algo que tampoco podés saber ahora, pero no hay de qué preocuparse – me sonrió y me acarició el costado de la cara con la mano libre. Mi corazón rebotó feroz.
- Entonces, ¿por qué tenés que darme miedo? – no iba a creer que iba a dejar el tema por sentado si me distraía deslumbrándome. Suspiró retirando la mano y mirando de nuevo al frente.
- Muchas… cosas… - alargó las dos palabras hasta que se me hicieron casi silenciosas. Fruncí el ceño.
- Que yo sepa… Ustedes no pueden matar gente, ¿no?
- Corrección: de poder, podemos. Pero nomás no nos lo permiten si queremos seguir… existiendo acá – hizo una pausa para volver a tomar aire. – Pero no es algo tan serio. O eso creo.
- ¿De qué hablas? – no me agradaba cómo su rostro se volvía tan pétreo, recio.
- ¿No te molesta que te lo muestre? Es más fácil así. No me voy a convertir en lobo ni nada… - me advirtió. Asentí, aliviada de que una sonrisita débil aflorase en sus labios.
Sin soltarme de la mano, se estiró hasta meter por completo antebrazo y mano en el agua del río. Esperé una milésima de segundo hasta que la sacó con fuerza. Algo grande y viscoso de movía violentamente entre sus dedos. Distinguí las escamas y las aletas del pez después de un breve rato. Abría y cerraba las branquias con rapidez.
- ¿Podés pescar con las manos? – pregunté confusa. Negó con la cabeza mientras devolvía al pez en su lugar, con delicadeza, y éste se perdió en el barro del agua. Suspiró de nuevo y se levantó. Llevé mi mano debajo del otro brazo para que no perdiera el calor.
Dante caminó por detrás del tronco y yo me volví para verle mejor. Se puso de pie, mirándome, junto a la camioneta. Sacó un brazo y lo llevó por debajo del parachoques, ejerció presión, y la parte delantera se levantó. La llevó más arriba hasta sostenerla con sólo el dedo índice y después la devolvió al suelo con total sutileza. No comprendí que me quedé boquiabierta hasta que sentí la boca seca por el viento que entraba. Sacudí la cabeza para aclarar mis pensamientos. Se sentó junto a mí, buscó mi mano y volvió a entrelazar los dedos con los míos.
- Es algo difícil estar con vos sin tener cuidado – fijé mi mirada en el suelo, el lugar más seguro para no marearme. – Si no me doy cuenta podría destrozarte la mano o las costillas. Y eso es más peligroso que comerte o atacarte. Lo estaría haciendo no por accidente ni naturaleza, o hambre; lo haría por mi culpa, por no controlarme. Sabés, puedo controlarme bastante pero nunca sé si es suficiente. No sé si…
- Confío en vos – no había duda que mi voz sonaba sincera, porque sus ojos se abrieron de par en par como quien no quiere la cosa. – No me vas a hacer nada. Me aclaraste que eras humano cuando estás conmigo, y ya que los humanos no tienen súper fuerza, tranquilamente no podrías… o tendrías que lastimarme.
- ¿En serio? – se tomó bastante tiempo para elegir las palabras correctas. Ahora me contemplaba con los ojos entrecerrados. - ¿No te importa que pueda levantar una camioneta con un brazo?
- Y tampoco que pesques con las manos – le sonreí. Me miró estupefacto.
- Wow… No creí que fueras tan… fácil.
- ¿Fácil?
- No me malinterpretes. Quiero decir… Pensé que saldrías corriendo en pánico o algo. Y no te detendría. Estarías en lo correcto. Nunca me esperé que reaccionaras tan sencillamente cuando te conocí.
- ¿Por qué te acercaste a mí? – le pregunté, y él suspiró bastante incómodo.
- Otra cosa que no te puedo contar.
- ¿Tan horrible es?
- ¿Tan curiosa sos?
No me importó que el corazón se me estuviera saliendo del pecho en ese momento, ni tampoco que respiraba con dificultad, ni siquiera que un mosquito enorme estuviera reposando en el dorso de mi mano, porque en ese momento tenía ojos, u otros rasgos, para otra cosa.
Dante se soltó de mi mano y de nuevo la llevó a mi mejilla, y no pude evitar cerrar los ojos para disfrutar de la cálida sensación. Para cuando los abrí, ya no me encontraba en esencia en mi cuerpo. Nuestros rostros se acercaron tanto que su frente chocó con la mía. Sentí sus labios sobre los míos y algo causó un electroshock que ambos nos erguimos para nuestras espaldas. Reímos juntos. Entonces lo intentamos de nuevo. Con cuidado me aferré al pecho de su remera y lo atraje hacia mí. Presioné mis labios con los de él con deliberada lentitud, y ternura.
Entonces las mariposas rompieron la pared de mi estómago y la traspasaron. Revolotearon alegremente por toda mi cavidad torácica, pero la mayoría se detuvo en mi corazón y lo cubrieron con sus alas. Sólo una, bastante atrevida por cierto, subió por mi garganta, entró a mi boca y entreabrí los labios para que saliera, en silencio.
Me retiré después de unos minutos, anonadada, y abrí y cerré los ojos varias veces porque tenía la mirada nublada. Escuché algo parecido a un “Wow” de parte de una voz masculina muy cercana a mí y después una mano recorriéndome la espalda y deteniéndose al costado de mi cintura, presionándome contra un cuerpo duro y cálido. Me llevé una mano al corazón para comprobar los daños causados por la electricidad. Para mi sorpresa, las delicadas alas de las mariposas lo protegían y evitaron que se saliese de órbita a causa del gesto, y entonces latía lenta y normalmente.
De repente, oí una melodía alegre y exaltante, contagiosa por cierto. No me pude evitarlo, y esa melodía hizo que una sonrisa se me escapara de los labios y terminara riendo, acompasadamente. Después de varios minutos ya sin aturdimiento me percaté de que la melodía no era nada más ni nada menos que su risa. Mi risa favorita en el mundo entero.


Siempre se me da fácil de escribir estas partes...

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Deadly shoot