7.1.10

Humanidad

En el mismo momento en que su mano rozó levemente la mía, me olvidé de que tenía un cuerpo. Al par de segundos me sentí algo mareada y tuve que esquivar su mirada para volver a respirar. El estar consciente y segura de sentir amor me ponía nerviosa, torpe.

- Te voy a llevar a mi lugar favorito en el mundo – interrumpió, con voz musical. – Y que te quede claro que no es un pub o una tierra de videojuegos – rió, mientras se volvía a la calle.
Me tomó de la mano disimuladamente, cerciorándose de que nadie estuviera a la vista. Me dirigió por el lado contrario de la calle, hacia la arboleda, en el lado este. Ya era tarde, no me dejaría escapar. Me condujo a través de los árboles, en donde hacía más frío del necesario y pegué el brazo libre por el pecho para contener el calor. Dante iba adelantándome unos pasos hasta que el corto paseo por la arboleda finalizó en un prado de trigo, completamente vacío y sereno.
- Acá más vale que no te pierdas – me dijo, lanzándome una mirada juguetona que me dejó sin aire.
Los ramos de trigo me llevaban dos cabezas y, allí dentro, era imposible que nos encuentren. El escenario perfecto para un ataque. Sacudí mi cabeza para dejar de pensar en ello, cosa que preocupó a mi acompañante, que me miró confundido. Le sonreí débilmente indicándole lo contrario.
Si entre los árboles hacía frío, aquí era verano. Las ramas golpeándome los brazos, la espalda y la piel desnuda del rostro, junto con el sol ardiéndome en la nuca; todo era un cóctel para fritarse. Quise quitarme la campera allí, pero temía que fuera incómodo. Lo único que encontraba rescatable en ese lugar era mi mano junto a la Dante, y su andar particular. A juzgar por la manera en que iba derecho, sin voltear la mirada, sólo de a ratos a mí, conocía el camino.
Finalmente, el largo trecho por el trigal terminó y me encontré al borde de un camino de tierra, que iba en dirección norte-sur. Del otro lado, no había nada más que pastizales. Miré los extremos del camino. Para el sur, se podía distinguir otra arboleda, más oscura y tenebrosa que la primera, que parecía resguardar un tesoro que nadie podía encontrar. En sentido norte, el camino se perdía en el horizonte. Predije que el lugar correcto era por el sur, ya que me daba miedo la idea de caminar kilómetros bajo el sol. Y acerté, ya que el brazo de hierro de Dante me rodeó por los riñones, abrazándome protector. Casi suspiré, y crucé los brazos por el pecho. Empezamos a caminar acercándonos a la arboleda. Sólo escuchaba su respiración acompasada y cautelosa, y mis torpes pasos por las piedritas y la tierra del camino. Me ordené a mí misma mirar al frente antes que echarle una ojeadita a él. Es que si lo hacía, seguramente perdería el sentido de equilibrio y me tropezaría. No podía someterme a una tortura como esa.
- Por lo general, solamente tardo cinco minutos en llegar – rompió en silencio con su dulce voz. Tenía la mirada clavada en el frente, como yo. – Y pensé que sería un martirio caminar por más de veinte minutos… Pero lo encontré agradable – su voz se quebró. – Estás conmigo – me miró, aunque decidida, no le correspondí la mirada, sin embargo deseaba hacerlo con todo mi corazón. Rendido, volvió sus ojos al frente.
- ¿Se puede saber a dónde vamos? – pregunté. Ya estábamos a unos metros de los enormes árboles que se abalanzaban con sus ramas por encima del camino, uniéndose al suelo con sus gruesas raíces a los costados de éste. Rió por lo bajo.
- Que sos terca… - agregó en voz baja. A pesar de la burla de su entonación, reí también. No importaba si me llamaba estúpida, me encantaba escuchar su voz.
Llegamos a las sombras de los árboles y me sentí aliviada. Atisbé detrás de los enormes troncos pastizales a ambos lados, sin cultivar, pero aún así con las hierbas al mismo nivel de altura y de color verde furioso, que indicaba que se les daba un buen mantenimiento. El camino parecía hacer una curva en unos 50 metros, pero me costó distinguir si seguía del otro lado o no por los árboles. Mi compañero me aferraba a su costado, como protegiéndome. Me rendí y le miré. Tenía la mirada al frente, con ojos… que no supe reconocer de qué se trataban. Tenía la mandíbula relajada y respiraba tranquilo, como siempre. Se percató de que me quedé anonadada y me sonrió, enjaulándome con sus ojos negros. Me llevé por delante una piedra del tamaño de mi puño y tropecé. Su brazo me sostuvo sin suplicio y enrojecí de la furia y la vergüenza. Rió brevemente, mirando a otro costado. Relajé mis brazos, cansada ya, y fui escondiendo el derecho detrás de su torso, abrazándolo también. Tenía miedo a su reacción. ¿Me quitaría la mano inmediatamente? Pero, es más, parece que le agradó, porque se relajó también. Me agarré del extremo derecho de su chaqueta para sostener la mano, juntando mi cabeza contra la izquierda de su pecho. Mi corazón empezó a latir cada vez con más potencia, por lo que me alejé disimuladamente antes de que se percatara. Algo en su rostro me dijo que ya lo había hecho, y no parecía estar disgustado con eso.
La curva era en L, y en cuanto seguí al otro extremo, me quedé boquiabierta. Un enorme van viejo y descuidado, pero aún así en uso, se posaba frente a nosotros a la vuelta de la curva. Era de un rojo oxidado, con varios golpes y roturas por el capo. Era de una sola cabina, y la parte de atrás sin techar era seguramente de dos metros de largo.
- Supuse que no ibas a caminar todo el camino, por lo que me aseguré de darte un respiro.
- ¿El camino sigue? – pregunté, con un tono de histeria en la voz. – Por milésima vez, ¿adónde me estás llevando?
- Tranquila – me apaciguó con la dulzura de su voz. Se soltó de mi abrazo y me adelantó unos pasos. – Es un lugar que me gusta mucho, y quiero que lo conozcas – abrió la puerta del copiloto y me tendió una mano. Subí el primer escaloncito con cuidado de no resbalar. Me senté sobre el cómodo cuero del asiento y cerró la puerta. Cruzó frente a la camioneta con un ligero trotar y para cuando lo noté, ya estaba encendiendo el motor, que rugió quejándose. Me estremecí y dio marcha hacia delante. Esta vez, el camino parecía más largo aún, protegido por las inmensas ramas de los árboles. No le veía fin a esto.
La cabina tenía cierto aroma a menta, tal vez a tabaco también. Era acogedora y calentita, y aún así sin que la calefacción estuviera en funcionamiento. La radio, por su parte, parecía andar, pero no me atreví a encenderla. Debería de tener más años que yo aún. Entonces me percaté de lo obvio.
- ¿No sos muy joven para conducir? – le pregunté.
- Puede ser… - exclamó, sorprendido. – Pero mi viejo confía en mí.
Guardé silencio. Era la primera vez que mencionaba a su padre.
El resto del largo camino continuó en completo silencio, pero resultó agradable para mí. El camino seguí derecho, hacia el este, y me percaté de la gama de colores que atravesaban el cielo. Estaba atardeciendo, pero aún así, no me importó por mucho. Mamá creía que estaba en lo de Yamila (claro está que nunca supo de mi situación con ella), y podría quedarme hasta tarde mientras su familia me alcanzase a casa. Sonreí al encontrarme tan mentirosa.
El motor dejó de rugir después de varios minutos, cuando Dante dejó caer ambos brazos a los extremos de su torso y levantó la vista al techo. Lo contemplé inmóvil, respirando acompasadamente. Entonces me acordé de que hacíamos allí y levanté la vista al frente.
Una rama del río, extensa y caudalosa, se abría paso entre la arboleda que la rodeaba. El agua, del color del barro líquido, corría tranquila y lenta, y se podían divisar algunas ramas en la superficie. Al otro lado sólo había árboles inmensos, que no dejaban ver detrás de ellos. Me pregunté porqué nunca conocí el lugar.
- Supuestamente, esta parte de río no existe – contestó, respondiendo a mis pensamientos. – Y es por eso que me encanta estar acá. Nadie lo conoce.
La cabina volvió a moverse y la puerta del piloto se abrió. Sentí el pesado salto de Dante en el piso. Tuve algunas complicaciones para abrir mi puerta, pero él se avivó y me la abrió antes. Sonreí avergonzada. Se me adelantó unos pasos y se apoyó en el parachoques de la camioneta, mirando al frente. Cruzó sus brazos sobre el pecho y entrecerró los ojos. Supe que se venía algo importante, y me estremecí. No lo notó, por suerte.
- No te preocupes. No te voy a atacar ni nada por el estilo. No puedo ni pensar en ello – dijo, interrumpiendo el canto de los gorriones. Lo miré confundida, pero algo aliviada, mientras imitaba su posición sobre el auto. Claro que no quedó tan elegante como él.
- ¿Qué te hace pensar que estoy preocupada?
- Hmm… Me transformo en lobo bastante seguido y no como nada más que carne, ¿no? – me volteé a verlo con los ojos abiertos como platos. Tenía una expresión infantil e inocente. Al ver mi cara, se largó a reír a mandíbula batiente, tapando el sonido arrullador del río, pero no menos hermoso.
- Y ¿entonces? ¿Qué vamos a hacer? – le pregunté, cuando dejamos de reír (¿mencioné que su risa es demasiado contagiosa?). Se calmó poco a poco, hasta que habló.
- Hablar.
- Hablar – repetí, sintiendo algo de miedo en el alma. ¿Hablar?
- Hay muchas cosas que tengo, o más bien quiero contarte, Giselle – dijo, y no me atreví a mirarle a los ojos. Tenía el rostro volteado a mí, y no quería caer en la oscuridad de sus ojos, no otra vez. – No creo que sepas toda la verdad acerca de nosotros.
Me preocupó la manera en que dijo “nosotros”. Estaba integrado en una familia, claro, y la forma en que lo aclaró me indicó que eran importantes. Una manada. Suspiré.
- ¿Y bien? ¿De qué me estoy perdiendo? – dije, mientras golpeaba mis piernas con el antebrazo, curiosa. Seguí mirando el tranquilo paisaje. Escuché una risita nerviosa.
- Exactamente, hoy no es mi cumpleaños – fruncí el ceño. ¿Por qué habría de mentirme?
- ¿Qué? ¿Sos…
- ¿Inmortal? – terminó mi pregunta, con sarcasmo. – No, por suerte algunos nos tomamos la suerte de estirar la pata. ¿Tu papá nunca te contó de esto? – negué, frunciendo los labios hasta que se hicieron una línea, de furia.
- Los licántropos no son un tema de hablar en la mesa desde… siempre – señalé. Nunca, nunca César o Anisa habían mencionado algo de ello, ni siquiera a solas. En parte, para protegerme; en otra, tal vez por miedo.
- Sí, debí haber predicho eso – indicó, metiendo las manos en los bolsillos.
- ¿Y cuándo es tu cumpleaños entonces?
- El 1º de julio… dentro de dos años – la voz se le quebró, como si al también le impresionase. Abrí mis ojos como platos y le dirigí una mirada asustada.
- ¿Dos años? – repetí, con un tono de histeria en la voz. Rió brevemente.
- Es algo… complejo – se quejó, volviendo la mirada al frente, como yo.
- Sí, ya sabía que tenías algo complejo – le recordé, como las veces en que le pedía explicaciones sobre sus cambios de ánimo y me respondía eso, “complicado”.
- Digamos que el tiempo pasa muy lento para nosotros en comparación para el tuyo – sus palabras me confundieron y sólo consiguió alertarme más. Se percató de ello. – Vos cumplís años cada 365 días, ¿no? Cada un año – eso lo comprendí, dah. – Bien, para personas como yo, esos 365 días equivalen a 11 años – genial, ahora me sentí metida en una pesadilla de cálculo. Entrecerré los ojos, volviéndome a él, que sonrió en burla.
- Es complejo, ¿no? Pero en palabras simples… - se estrujó los sesos en busca de una explicación, lo supe por su mirada ausente. – Digamos que desde el día en que nací pasaron 11 años para cumplir mi primer año de vida – eso sí lo entendí. ¿Entendí? Me quedé boquiabierta el comprenderlo.
- Entonces, vos…
- Puedo tener más de 50 años pero mirá, no me aparecieron arrugas todavía y tengo pelo en la cabeza, ¿no? – sonrió mientras se pasaba los dedos por los rizos. Me divirtió su expresión y me uní a su risa. Definitivamente no tenía arrugas ni pelada. – Puede ser que el temperamento se pueda discutir, pero…
- ¿Cuándo naciste? – inquirí, insegura por el hecho de haber empleado bien la palabra. No estaba cien por ciento convencida de que los licántropos “nacían”. Bufó y luego suspiró, pero se lo veía venir.
- Mil… - sacudió la cabeza. - ¡Pero eso no importa! – se quejó, frunciendo el ceño, aunque conservó su cara de ángel.
- ¡Sí importa! ¡Quiero saber! – sentía como si pusiera trompa y él me sacaba la lengua, como nenes chiquitos.
- ¿Por qué? – preguntó. - ¿De qué sirve, Giselle? No soy humano – eso me enfureció. ¡Era humano! Bueno, al menos una parte de él lo era… Pero no tenía que recordármelo con tan poca razón.
- ¡¿Y entonces que sos?! – abrió la boca para contestar, pero no lo dejé. Me acerqué a él y lo agarré de las muñecas ardiendo, como esposándolo. – Si no fueras humano estarías corriendo salvaje por una jungla, no acá, conmigo, de pie y vestido – le acordé, bajando el tono de voz. Me miró con los ojos brillosos. Respiró ruidosamente, acomodándose los pensamientos. Giró la cabeza a un costado, tomando un aspecto infantil. Fruncí el ceño, porque su expresión me asustaba. – Sos humano, Dante, aunque te conviertas en lobo y yo que sé. Sos humano. ¡Lo sos! – el silencio se abrió entre nosotros y volví a oír el canto de los gorriones, aunque más lejano.
Sentí frío cuando se soltó de mi presa y se alejó un par de pasos. Escupió al río y se llevó una mano a la frente, cerrando los ojos y blasfemando en voz baja. Crucé los brazos sobre mi pecho y clavé mis dedos en las costillas, ya que ahora se me volvían congelados. Tragué saliva, arrepentida de haber dicho tal pavada. ¡¿Humano?! ¡Menuda ignorancia!
- Soy… humano – dijo. – Cuando estoy con vos soy humano – levanté la vista y lo encontré tranquilo, calmado y pacífico. Mi cuerpo entero se alivió.
- Perdón – respondí, sin saber qué decir.
- No, no hay nada que hayas hecho mal – me apoyó, acercándose de nuevo y sacudiendo las manos al frente. Al cabo de unos segundos sentí sus enormes manos a ambos lados de mi cintura, y su pecho muy cerca del mío. Mi corazón rebotó de sólo pensarlo. Él sonreía, como si fuera lo más obvio del mundo.
- Entonces no te frustres si querés decirme la verdad – le recordé, mientras dejaba de hundir las uñas en mi piel y posaba sus manos en el centro de su pecho, no para alejarlo, sino para retenerlo, por eso agarré levemente la tela de su camiseta. Puso los ojos en blanco.
- Tenés razón – me indicó, llevando más atrás sus manos hasta tenerlas en mis riñones. No estaba segura si el tamborileo incansable en mis oídos eran el eco de los latidos de mi corazón, aunque seguramente así eran. – Pero me aterra pensar que te asuste – volvió a confundirme y doblé el cuello a un costado.
- ¿Asustarme?
- Por ahora dejémoslo así… Hoy es mi cumpleaños – me ignoró, pero me alegré de cambiar de tema. Entonces posó su mentón en mi frente y su aroma me rodeó con oleadas de pasión. Nunca habíamos estado así de cerca, con tanta electricidad entre nosotros.
- Feliz cumpleaños – le contesté, mientras mi mente se volvía en blanco. Cerré los ojos.
- ¿Podría… tal vez? – bajó su rostro hasta que nuestros ojos estuvieron a la misma altura. Me aferró contra él, y choqué contra sus abdominales de hierro. Me sentí como esas gacelas que cazan los leones en África, que clavan sus garras y las aferran contra ellos mientras le arrancan un pedazo de carne del cuello. Abrí los ojos para dejar de pensar en ello, sólo para marearme más cuando vi sus ojos. Había un brillo diferente en ellos, juguetón, y no me atrevía a descubrir de qué se trataba. Sólo entonces volvió a hablar. - ¿Sabías, Giselle, que tenés cinco tipos de sonrisas diferentes? – me dejó helada. ¿Lo hacía? Nunca me percaté de ello, aunque fuera de mí de quien hablaba. Fruncí el ceño esperando su respuesta, que me contestó con una sonrisa mostrando los dientes. – Sí. Una es para disimular tus verdaderas emociones, ya sean ira o vergüenza. Otra para mostrarte amable, que se te acerquen. Otra para alejar a la gente – rió cuando mencionó esa. – Otra para cuando te sentís grande, madura. Y otra… - la expresión de sus ojos me dejó confundida. – Para la gente que querés mucho – me dejó tan anonada que me vi obligada a interrumpir aquel aura de romanticismo.
- ¿Me prestaste mucha atención o eso me parece a mí? – rió, alejándose sólo un poco, casi un milímetro.
- Algo así – dijo entre dientes, sin producir sonido alguno, y con una sonrisa torcida. Una brisa de frío sacudió mi cabello y me picó la nariz.
- ¡Me tengo que ir! – Anisa ya debería estar llamando a la casa de Yamila en media hora y chau.
- Bueno, ¡pero mantené la calma! – volvió a reír así como infantil y el corazón me explotó en el pecho.
No nos movimos, aunque yo estaba nerviosa por el oscuro que ya se presentaba en el cielo. Entonces sacó una mano de mis riñones y la escabulló entre el cuello de mi campera. Sacó el dije del rayo y lo contempló unos segundos. Tenía una expresión indefinida en su rostro, que no se podría describir con facilidad. Aunque aún así, se veía fatalmente hermoso y no pude evitar comérmelo con los ojos.
- Me alegro de que le hayas hecho caso a mi regalo – exclamó volviendo su mirada a mí. Asentí, por no saber qué decir.
Me soltó y se llevó las manos a los bolsillos, caminando a paso lento hacia la puerta del piloto. Volví a mi lugar con las manos sosteniendo el rayo en mi pecho. Ahora el dije estaba tan caliente como la piel de Dante, y quería conservar el calor.

El viaje de vuelta fue silencioso, pero no por eso incómodo. De vez en cuando le echaba una miradita por el rabillo del ojo, y los descubría mirándome también. Entonces nos reíamos y el aura se calmaba. Se podría decir que fue el mejor viaje que tuve en mi vida. Estacionó del otro lado de mi casa, donde los vecinos tenían las ventanas y puertas cerradas y estaba seguro de que nadie nos vería.
Tenía varias preguntas en mi cabeza ahora que todo había terminado, y estaba segura en que no iba a dormir si no las respondía. No me atrevía a romper el silencio, pero él se me adelantó.
- Te quise llevar allá hoy – comenzó, mirando al frente, ausente. – porque en serio quiero llevarte más veces allá. No me tomes a mal, por favor, pero quería que la primera vez sea… especial – se calló durante un segundo, y hallé una expresión cómica en su cara mientras sacudía la cabeza con una sonrisa. – Eso sonó demasiado mal, ¿no?
- Si tenés una mente trastornada – coincidí, aunque en ningún momento capté el doble significado. Su risa llenaba por completo la cabina de una atmósfera tranquila y calmada.
- Ya está oscuro. Sería mejor que te vayas antes de que… - y entonces cruzó su mirada con la mía y sentí la sangre acumularse en mis pómulos, delatando un rubor notable hasta en las tinieblas.
Un pequeño espasmo de dolor me recorrió en cuerpo en cuanto puse la mano en la manija. Entones me acordé de lo tan poco cortés que era y me di la vuelta para saludarle…
… pero el ya estaba ahí también y en una milésima de segundo nuestros labios se chocaron apenas. Los retiré a las apuradas. Ahora sí que estaba roja como tomate.
- Hmm – exclamó mientras volvía a su lugar. Ni siquiera me atreví a mirarle la expresión en ese momento, aunque me hubiera gustado.
Abrí la puerta y me bajé de un salto. El frío me entró por debajo de la campera y me estremeció. Miré al cielo y descubrí varias estrellas brillando en el firmamento. El pestañeo que hacía una de las más brillantes me recordó a un guiño pícaro. Qué absurdo, ¡una estrella guiñándome! Me volví y solté un tímido “Chau” con un hilo de voz. Cerré la puerta a mis espaldas y a través del vidrio de la ventana lo vi sonreír, pero sin mostrar los dientes, y el corazón se me aceleró alocado. Tendría que acostumbrarme a esa clase de deslumbramiento algún día.
Caminé en dirección a la esquina sin escuchar ruido alguno de motor y me pregunté por un segundo si tal vez se habría quedado allí, esperando a que yo llegase a mi casa. No me volteé para comprobarlo, sin saber en realidad porqué. Mis pies iban solos, sin que yo lo percatase, como un acto involuntario. Mi mente estaba completamente cegada por otra cosa…
Gracias a Dios, Anisa estaba ocupada con cosas del trabajo al momento que yo llegué y ni siquiera se percató que eran casi las nueve cuando subí a mi pieza. Cuatro horas con Dante. Wow, parecían que habían sido minutos nomás. El tiempo vuela cuando estás… enamorada.
Me fui a acostar con las mariposas revoloteando ansiosas en el estómago. Mañana lo voy a ver de nuevo, y no se podría describir como los latidos de mi corazón se aceleran y llenan el silencio en mi dormitorio.


Mierda que es largo!

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Deadly shoot