12.3.10

No me quedo atrás

¿Te acordás de este cuaderno? Este bendito cuaderno que nunca soltabas, que siempre lo tenías en la cartera y que nunca me dejaste ver. Ja, ¡ahora lo tengo yo! Pero veo que mucho no te importa, porque cuando entré a tu pieza y lo vi en tu colchón, junto con la notita “Vale leer”, apenas me lo creí. Pero sabés que no puedo con la curiosidad… Pero antes de leer todo lo hayas escrito, te dejo esto, que aunque esté hecho un lío, vos me entendés.
A ver, vamos a ponernos cursi…
Miro tu foto a través de la pantalla de la computadora, donde fingís una media sonrisa obligada mientras tu mamá te abraza por la espalda como si no te quisiera soltar. Estás en una situación común y corriente: tomando sol en alguna playa del Mediterráneo. Anisa hablaba en serio cuando dijo que ibas a tener una despedida de soltera bastante inolvidable. Y claro, yo me tengo que quedar a cazar moscas en el pueblito, ¿no? Pero bueno, me las arreglo un poco con tu hermano. ¿Quién hubiera dicho que el pequeño Liam se iba a convertir en tal estrella del boxeo? Tal vez estrella todavía no, ¡pero sí que tiene un talento cósmico! Y eso que recién cumplió los 6 años… Como se nota que ustedes, los Onegas, crecen a la velocidad de la luz. Pero ya te queda poco por ser una Onegas, ¿no? Un par de días más por Europa y ya te volvés. Ni siquiera vas a tener tiempo de mirarte al espejo, con el vestido blanco y el ramo. Encima tu mamá tan desconfiada… ¡Se llevó el vestido con ustedes! “No me extrañaría que te metieras con la ventana para verlo antes de la boda,” me dijo. Y claro, como yo soy tan curioso…
Volviendo a la foto, cómo se nota que me extrañás mucho. Ni siquiera un atardecer de ensueño, como el que tenés a tu espalda, te pone como yo (y lo digo sin ninguna intención de sonar orgulloso, aclaro). Llevás el vestido que Yamila (¿te acordás cuando estaban enojadas a muerte?) te regaló el año pasado. Ese suelto, largo que arrastra, tipo hindú, que te tapa todo lo que te quiero ver… Y no, no importa si Don César Onegas lee esto porque él sabe que te amo y que no hay nada que pueda hacer en contra del deseo. Perdón, en contra del amor. Y así, dibujando esa patética sonrisita que no alcanza a mostrar tus dientes. No sé si es porque estás incómoda o si es para que no se metan pelos en la boca. ¡Cómo te quejabas cuando había mucho viento y terminabas roja de la furia! Pero a mí me da igual. No hay nada más lindo que verte así, despeinada; mejor dicho, natural. El pelo largo que te cae hasta la cintura, negro como la oscuridad misma, y tan lacio y sedoso que parecen hilos de seda. No pretendo sonar pedante ni homosexual, pero tu pelo me vuelve loco. Tenés un mechón que te tapa medio ojo izquierdo, y no puedo evitar largar una carcajada. Tu mirada. Así nomás. Tu mirada tranquila, amable, terca, malhumorada, falsa y perfecta. Tu mirada. Porque vos sabés muy bien que detrás de esos ojos grises se esconden otros totalmente diferentes: los de tu alma, que ni es roja, ni negra ni rosada. Es multicolor, y no sabés cómo me fascina eso.
Pero Anisa nunca se puede quedar atrás, ¿no? Ahora que su hija se va de casa, tiene que reemplazar la joven que se ausenta. ¡Cómo se notan las seis horas semanales en el gimnasio! Y cuándo no, haciéndolo ver en un vestidito corto y ajustado. No está nada mal tu mamá para sus 50… Pero claro, yo prefiero la hija. Y ahora que veo su mano casi clavada en tu cinturita, y me da pena. Me da pena el dolor que debe sentir ahora porque te vas. Estos años que te tuvo junto a ella, gritándose, peleándose, amigándose, siendo madre e hija. Y por una mínima milésima de segundo pienso “¿Y si la dejo un par de años más?”. Pero no puedo, porque ese 0,0000000001% de arrepentimiento no puede contra el 99,999999999% de seguridad que tengo ahora con esto. Y entonces me acuerdo de tu papá. ¿Te acordás la cara que puso cuando me presentaste con él? ¡Quería salir volando de ahí! Pero esa cara nunca se les borra a los padres, ¿no? Más que enojo, miedo. Y lo entiendo. ¿Quién no tendría miedo a que su hijita se case con un lobo infernal? No es tan fácil… Ya no quiero imaginarme lo que me va a tocar a mí.
En otros temas más frívolos, a que no sabés qué me llegó. ¡El esmoquin! Las risas que soltaron los chicos cuando me vieron con él… Ni te imaginás. Y lo entiendo. Nunca fui para uniforme, menos para traje formal. Encima la costurera lo tiene que agrandar otra talla. Y se queja de que deje de crecer… De que mucho músculo no va bien con traje de alta costura. Pero lo siento, no puedo evitar ser un gigante en pinta.
Sin querer volví a verte en la foto y no puedo aguantar más. No puedo esperar a que llegue esta tarde que sin más ni menos me tenga que hundir en el esmoquin, mientras la iglesia se va llenando de licántropos y humanos al mismo tiempo. Está genial esto de cambiar las leyes, ¿no? ¡El primer casamiento en Villa California! Y mientras yo me quejo de lo ajustada que me queda la corbata, el piano empieza a tocar, las puertas de abren y de la nada, entra un ángel. Un ángel vestido de blanco, con flores en sus manos y perlas en su pelo. Tiene dos soles grises por ojos y su piel resplandece bajo la luz tenue del ocaso por las ventanas. Y entonces mi corazón empieza a latir a mil por segundo, siento que me derrito y las rodillas me tiemblan. Y para colmo, el ángel empieza a pasear su mirada hasta que me enfoca a mí. A mí y toda mi torpeza. Siento que no respiro y el corazón se me sale del pecho. Algo en mi estómago amenaza con revolverse y mi cuerpo no para de temblar aunque hagan 35º C. El ángel ya se puso de pie, y qué mejor lugar que al lado mío. Una mano me toca el codo, pero no es la delicada del ángel, sino la de un hombre con canas, anteojos y bigote que te llevaba del brazo. El hombre toma mi mano, la tuya y las une. Por primera vez en mi vida, siento la piel tan fría como témpano, y el roce del ángel quema. Me prende fuego el dorso de la mano, y a medida que entrelaza sus dedos con los míos, el fuego sigue su paso libremente. Sus ojos se desvían al frente, y siento decenas de cuerpos sentarse en los bancos. Con fuerza, retiro mi mirada del rostro divino del ángel y la llevó hasta otro hombre viejo con vestido. Hubiera sido más placentero seguir mirando al ángel. Mientras tanto, el fuego sigue derritiendo el hielo por mi brazo, y hasta llega al hueso, que parecerse quebrarse cuando llega al hombro. Desde el hombro, se desvía para abajo y rodea el centro de mi pecho. Amenaza, está acosando a algo. Y ahí es cuando el fuego toma fuerza y se abalanza sobre mi corazón. Aprieto los puños para soportar mejor el dolor… Pero no sentí ninguno. Entonces caigo en sí y aflojo las manos. Seguro le rompí la mano al ángel, pero ahí está, entrelazada con la mía, donde estuvo siempre. Mi corazón late lento y seguro, sin miedo, y entonces me doy cuenta: este ángel divino y perfecto se llama Giselle.
Bueno, hay que dejar de soñar porque ese día va a llegar y te juro que voy contando minuto a minuto, segundo a segundo mientras mis ansias se vuelven insoportables y directamente me voy a robarle algo a tu viejo a la heladera. Me imagino que vos no harás lo mismo porque no me gustaría tener a una novia rechonchona en la noche de bodas, ¿no?
Pero antes de irnos de tema… Apenas me creo que hayas dicho sí. Todavía me acuerdo con lujo de detalles esa noche que me sudaba la gota gorda sin hacer nada y el peso del anillo en el bolsillo me parecía al de un barco transatlántico. Y vos, claro, cuándo no, diva total, tranquilita y al natural. No sospechabas nada, pero me vivías preguntando porqué estaba tan raro. Y después del helado, que no tuve más remedio que llevarte al patio porque ni loco te lo pedía enfrente de tus padres. Tu carita parecía la de una nena de seis años que hace su primera vuelta en bicicleta sin rueditas; te brillaban los ojos, la sangre se te amontonaba en las mejillas y te llevaste las manos a la boca. Y yo tartamudeando como un tarado mientras a vos te explotaban las lágrimas. ¿Cuántas veces tuve qué decirlo para que entiendas? Como 6, ¿no? Y al final, lo único que me salió, fue: “A la mierda, Giselle. Tomá el anillo, ponételo y vivamos la eternidad juntos”. Yo pensaba que me había salido genial, pero vos te pusiste como fiera. No sé que me empezaste a gritar y tu papá terminó apareciendo con una escopeta cargada en mano. Y de la nada me abrazaste, me lloraste en el oído y mil veces repetiste: “A la mierda, Dante. Estaría bueno”. ¿Te acordás de la carita de Anisa? No sabía si iba a abalanzarse sobre mí, a desmayarse o a poner un huevo… Pero vos tenías que arruinar el bonito momento después con lo de la diferencia de edad y no sé qué mierda. Te juro que te quería matar ahí, porque me destrozaste todo. Ya lo hablamos, y lo dejamos para después. Total, ¿qué mal entre 17 y 19? Lo que importa es el sentimiento, no la edad, ¡bobita! ¡Cómo si me fuera a importar que estés arrugada y canosa mientras siga viendo tus ojos!
Uy, recién tu viejo me gritó a loco que vaya a comer el asado. Reconozco que es muy buen cocinero, pero vos ni te imaginás lo que es el asado de los Matinalli… Comestible, pero ridículamente exquisito. ¡Ey! Tu viejo volvió a gritar. Mirá que si sigue tratándome así, te llevo a espaldas y no hay casorio ni nada…
Ahora sí, me tengo ir. Dejó el cuadernito un ratito acá antes de leer todo mientras tu viejo me discute de qué gemelos voy a usar. No es tan fácil tratar con él, eh. Tiene sus contras… Pero ya tengo que dejar esto antes de que me venga a buscar por mano propia.
Ahora sí que sí que sí que me tengo ir. Vos deberás estar durmiendo en la madrugada o, quién sabe, en algún boliche bailable con algún griego bronceado… Pero a fin de cuentas, siempre volverás a mí, ¿no?
Te extraño siempre, pero siento lo mismo aunque estés del otro lado del océano o a tres pasos de mí.
Te espero, te aguanto, me preparo y ya nos vemos en nuestro casamiento, ¿dale?
Te amo con toda esta brutalidad de fuerza y lo inalcanzable, pero existente, que tengo por alma.
Dante













Ahí tienen, carne para los lobos.

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Deadly shoot